“Escalar en solitario no sé si ha sido en mi una decisión, una necesidad o mi única opción.”
Mariano Galván
La soledad siempre nos atemoriza, tratramos de evitarla a toda costa, somos seres que necesitamos vivir en sociedad, necesitamos del ruido, de la internet, de todo lo que nos quite la responsabilidad de enfrentarnos a nosotros mismos, nada que deje lugar a reflexionar, a ver qué es lo que hay dentro nuestro. Pero hay un mundo, por suerte, donde nosotros podemos dejar atrás los hábitos y reinventarnos, un mundo donde los pasos que damos son los que forjan nuestro destino. Es ahí, en las montañas, donde la soledad adquiere otra dimensión, se hace más intensa, más nuestra, más aplastante y a la vez mejor maestra. Pero recordemos a uno de los más grandes montañistas de todas las épocas:
“La soledad es una fuerza que te aniquila si no estás preparado para superarla, pero que te lleva más allá de tus posibilidades si sabes aprovecharla para tu propio beneficio.” Reinhold Messner
Es en ese mundo de hielo y rocas, donde el alma del montañero solitario deambula sin poder esconderse de sus propios pensamientos, temores y excusas.
Si escalas con un compañero, trasladas tu pequeña sociedad un poco más arriba (trasladas tu pequeña sociedad unos cientos o miles de metros arriba), hablas sin querer hablar, te preocupas por el otro sin que él te lo pida (ya que es eso lo que hacen los buenos compañeros), le pides opinión, consejo y en caso de equivocación tienes alguien a mano en quien descargar la culpa (o al menos compartida). Con la compañía de otros es fácil generar palabrería para no enfrentarnos a lo que realmente nos atemoriza: nosotros mismos, y a todos aquellos miedos que sólo afloran en la oscuridad, cuando el viento golpea con furia a cuando el ruido de las avalanchas no te dejan dormir.
La montaña ejerce sobre ti una presión tremenda y, como en cualquier material, por más pequeña que sea la fisura en ti, hará que se expanda a la velocidad del viento y se parta la coraza que muestras a los demás, quedando tan sólo tu alma desnuda.
Llorarás como un niño o reirás como un loco.
¿A quién vas a culpar? Las decisiones serán solo tuyas, ¿estás dispuesto a aceptarte como creador de tu destino tanto en las buenas como en las malas?
Recuerdo mi primer ascenso al Aconcagua, en solitariodesde el campo base, Solo, en la noche, temblaba y dudaba a cada paso en la oscuridad. Pero fue justamente esa noche cuando aprendí el placer de estar solo, los pensamientos se agolpaban en mi mente, no había nadie con quien compartirlos, nadie que los sacara de mi cabeza. Pero encontré la fuerza en ellos, les puse la copndición que debería transitar mi camino de ida y de vuelta al mundo civilizado para luego dejarlos salir. Si querían sobrevivir, deberían llevarmen sano y salvo de vuelta a casa. Entonces ahí podrían transmitirse como una onda en el agua y vagar libremente otra vez entre las personas que miran vidrieras. Hasta entonces eran pura energía que me movía cada vez más arriba y el miedo fue una herramienta para no perder la cordura.
Descubrí facetas mías que nunca había visto. Creía que era fuerte e independiente, que era decidido, valiente, pero la maestra de roca, rápidamente me mostró que esas ideas son válidas para el mundo civilizado. Aquí no valían de nada y debería forjarlas nuevamente, esta vez en serio, ahí arriba, sin las armaduras que proporciona la ciudad. Así poco a poco mis valores fueron creciendo, con raíces profundas, con los pies en la tierra y el alma en las cimas. Y mis ojos se aclararon, mi respiración fue más profunda, hasta el punto de valorar cada bocanada de aire como nunca antes lo había hecho. Después de todo, desde que nacemos, pocas veces somos conscientes de ese acto tan básico pero a la vez tan importante y tan bello que nos permite vivir.
Y así fue como armé la soledad y también la odié, pues si bien mencioné sus cualidades, también sería honesto de mi parte mencionar sus tristes desventajas. Pero esa es otra historia, dos caras de una misma montaña.
Mariano Galván
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